Tanto en verano como en invierno, los rayos de sol ametrallan diariamente la
sencilla cajonera de mimbre que guarda la ropa interior y los pijamas. Sobre ella, en la balda más alta, hay un
pequeño colchoncito, mullido, cálido, confortable donde suele acurrucarse la
mascota de la familia, una preciosa gatita siamesa de color chocolate, pecho
blanco y ojos azules y penetrantes como dos piedras de zafiro. Ojos que hechizan, ojos que hipnotizan, ojos
de gata. Al lado y en el centro de una amplia cristalera, un sillón de mimbre
invita al descanso, a pasar horas y horas de concentrada lectura. Mesillas y cajoneras de mimbre llenan el espacio
y en el centro, la amplia cama cubierta de un edredón nórdico de color blanco y
gris, reina. No hay cabecero, pero en lo
alto de la cama cuelga un impresionante cuadro de lilas moradas y violeta. Las lámparas son blancas, sencillas, La
temperatura suele ser siempre muchos grados por encima de la realidad ya que el
calor se reconcentra durante las horas del día.
La habitación da al sur. Se encarama en el piso más alto de un moderno
edificio en el mejor barrio de Madrid.
Chiara abre la ventana, baja el toldo, observa que
no hay ruidos y solo escucha apenas, el suave zumbido de algún insecto. Qué
envidia! Poder volar y flotar y libar
las mieles de flores de primavera azules, amarillas, malvas. Algunas nubes blancas cubren el sol y el azul
del cielo. Hoy no lloverá, no nevará, será un día de verano maravilloso,
caluroso, sin viento que tumbe la sombrilla, sin aire apenas. Y Chiara piensa en el pueblo que tanto ama,
al que desea volver como cada año en verano; un pueblo lleno de vida, lleno de
gente, con el castillo a la entrada, los barcos, el agua del lago a ambos lados
del pueblo, las tiendas multicolores, las brillantes banderas lombardas, las
colchonetas azules de las terrazas de los hoteles, las heladerías con
multicolores sabores de helados: chocolate con arándanos, merengue, pistacho,
melón, sandía, los puestos de limones y de guindillas, la simpatía de la gente,
la alegría de Sirmione.
La primera vez que Chiara llegó a Sirmione fue durante unas vacaciones de
verano con su familia. Fueron de las
mejores vacaciones que ella recuerda. La
llegada a Milán con el tren nocturno desde Barcelona en un caluroso vagón
privado con 4 cuchetas; la compra de los billetes de tren hasta Desenzano para
luego coger el coche hasta Sirmione; la llegada al hotel en el que se había
reservado una habitación familiar con terraza; la visita al Castillo Scaligero;
los paseos por el Lido; el color del cielo y del agua del lago; la tranquilidad
de la gente; la belleza de las montañas como marco de fondo; las noches
estrelladas; las ruinas de la casa del poeta latino Catulo, en la punta misma
de la península; las termas de aguas medicinales; las pequeñas tiendas de
recuerdos; los gatos callejeros reunidos cerca de los restaurantes; la vida
misma en ese pequeño pueblo lombardo hicieron que Chiara y su familia
estuvieran cómodos y se sintieran felices desde aquellos remotos días. Hoy, ha pasado 15 años y ella lo recuerda
todo como si hubiese estado ayer.
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