lunes, 9 de julio de 2012

Sirmione, Lago de Garda, Lombardía, Italia.


Tanto en verano como en invierno, los rayos de sol ametrallan diariamente la sencilla cajonera de mimbre que guarda la ropa interior y los pijamas.  Sobre ella, en la balda más alta, hay un pequeño colchoncito, mullido, cálido, confortable donde suele acurrucarse la mascota de la familia, una preciosa gatita siamesa de color chocolate, pecho blanco y ojos azules y penetrantes como dos piedras de zafiro.  Ojos que hechizan, ojos que hipnotizan, ojos de gata. Al lado y en el centro de una amplia cristalera, un sillón de mimbre invita al descanso, a pasar horas y horas de concentrada lectura.  Mesillas y cajoneras de mimbre llenan el espacio y en el centro, la amplia cama cubierta de un edredón nórdico de color blanco y gris, reina.  No hay cabecero, pero en lo alto de la cama cuelga un impresionante cuadro de lilas moradas y violeta.  Las lámparas son blancas, sencillas, La temperatura suele ser siempre muchos grados por encima de la realidad ya que el calor se reconcentra durante las horas del día.  La habitación da al sur. Se encarama en el piso más alto de un moderno edificio en el mejor barrio de Madrid.

Chiara abre la ventana, baja el toldo, observa que no hay ruidos y solo escucha apenas, el suave zumbido de algún insecto. Qué envidia!  Poder volar y flotar y libar las mieles de flores de primavera azules, amarillas, malvas.  Algunas nubes blancas cubren el sol y el azul del cielo. Hoy no lloverá, no nevará, será un día de verano maravilloso, caluroso, sin viento que tumbe la sombrilla, sin aire apenas.  Y Chiara piensa en el pueblo que tanto ama, al que desea volver como cada año en verano; un pueblo lleno de vida, lleno de gente, con el castillo a la entrada, los barcos, el agua del lago a ambos lados del pueblo, las tiendas multicolores, las brillantes banderas lombardas, las colchonetas azules de las terrazas de los hoteles, las heladerías con multicolores sabores de helados: chocolate con arándanos, merengue, pistacho, melón, sandía, los puestos de limones y de guindillas, la simpatía de la gente, la alegría de Sirmione.

La primera vez que Chiara llegó a Sirmione fue durante unas vacaciones de verano con su familia.  Fueron de las mejores vacaciones que ella recuerda.  La llegada a Milán con el tren nocturno desde Barcelona en un caluroso vagón privado con 4 cuchetas; la compra de los billetes de tren hasta Desenzano para luego coger el coche hasta Sirmione; la llegada al hotel en el que se había reservado una habitación familiar con terraza; la visita al Castillo Scaligero; los paseos por el Lido; el color del cielo y del agua del lago; la tranquilidad de la gente; la belleza de las montañas como marco de fondo; las noches estrelladas; las ruinas de la casa del poeta latino Catulo, en la punta misma de la península; las termas de aguas medicinales; las pequeñas tiendas de recuerdos; los gatos callejeros reunidos cerca de los restaurantes; la vida misma en ese pequeño pueblo lombardo hicieron que Chiara y su familia estuvieran cómodos y se sintieran felices desde aquellos remotos días.  Hoy, ha pasado 15 años y ella lo recuerda todo como si hubiese estado ayer.

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