Camino por calles desiertas; cojo el primer autobús que pasa y me bajo
cerca al Zoo.
La tarde es fresca y ventosa; está nublado.
No llueve todavía, aunque las nubes son grises. La sensación de tristeza es absoluta, no
acompaña el clima, me parece estar en una ciudad muerta, sin gente, sin ruido,
de vez en cuando alguien pasa por delante, cruza la calle; mirada fija en la
nada. La gente procura no dar la sensación de llamar la atención, no habla, no
produce demasiado ruido al moverse ni tampoco se acerca demasiado, son personas
que respetan el espacio personal, la distancia, la reserva., que huyen de la
cercanía, que emiten rayos plateados de hielo, que no se fijan en nada ni en
nadie; sus pensamientos fijos en sí mismos, retorcidos en sus propios cerebros
sin salir a flote ni demostrar un atisbo de pasión. Veo una tienda abierta.
Entro. Es una tienda de productos de agricultura biológica. Compro un tarro de miel y una bolsa de tela
con el logotipo de la tienda; pago a un joven rubio, espigado, con pelo largo,
gafas redondas y jersey andino. Este
muchacho solo emite un ruido: el precio del tarro de miel y su voz es casi un
susurro, tal vez porque evita de esa forma despertar al gato Bosque de Noruega
tumbado en el mostrador o simplemente porque esa es su manera de ser. Me da el cambio con un esbozo de sonrisa y me
dice que coja una tarjeta de la tienda y en un murmullo cálido me invita muy
amablemente a un próximo coloquio sobre el cultivo de hortalizas sin conservantes
que se celebrará en el pueblo de Ober Ursel, en las montañas del Taunus. Me da una pequeña tarjeta verde con la
ubicación del centro. Estoy tentada de ir al coloquio, porque el cultivo de las
hortalizas de forma natural me interesa y porque es una buena oportunidad para
conocer el pueblo que, durante la segunda guerra mundial, fue sede de un
“Dulag” (Durchganglager). Le agradezco la oferta y me
quedo con la tarjeta que guardo en el bolsillo de la chaqueta.
Salgo de la tienda y veo que las nubes van poniéndose más oscuras y parece
que comenzará a llover en breve. Lo
único que alegra la tarde gris es un alto grupo de globos multicolores que
flotan al final de la calle y comprendo que ya me queda poco para llegar al Zoo
donde he quedado con Sylvia, no con el fin de darnos un paseo visitando
animales sino porque Sylvia vive en el extrarradio y ha dejado aparcado el
coche cerca. La veo a lo lejos; ella ya
está esperando, es tan puntual.!!
Decidimos andar un poco y coger el metro para ir a la zona del Römer a
tomar unos vinos, en las anchas y cómodas mesas de madera del bar al que vamos
muchas veces. Sylvia está feliz, me cuenta que en su nuevo trabajo, ella se
encarga casi de todo pero que no le importa, que lo que realmente cuenta es que
tiene un trabajo, un dinero que cobrar a fin de mes; un dinero con el que
mantener su casa, su nueva vida en Neu Isenburg, en el piso que ha comprado en
un edificio de 4 alturas muy cercano al aeropuerto. Su marido, Peter, que
trabaja como controlador aéreo, necesita estar cerca al aeropuerto y el piso
que tenían en Sachsenhausen no les venía nada bien. Me dice que coge el teléfono, recepciona los
pedidos, prepara las facturas, llama a los proveedores, hace traducciones,
hasta lava las tazas del café; y tiene
tiempo dos veces por semana para ir a clases de Contabilidad para poder mejorar
en el trabajo y conseguir un empleo mejor. Lo cierto es que los números le han
gustado mucho desde siempre. No me
extrañaría nada que Sylvia encontrara un mejor puesto pronto.
Terminamos una segunda ronda de vinos y dejamos el bar para acercarnos a
Kaufhof y comprar un regalo para Meike cuyo cumpleaños se celebra el sábado que
viene. Encontramos muchas cosas:
billeteros, pañuelos, colgantes, pero nos decidimos por unos guantes de piel de
color coñac y un broche de plata con piedras de colores para el abrigo. Con los paquetes y el calorcillo interior que
proporciona el vino, cogemos el metro hacia su coche. Sylvia me llevará a la estación de Waldorf,
en donde Peter, Meike y Elke me esperan para cenar en el Restaurante Croata que
hay a las afueras del pueblo. Me despido de Sylvia y quedamos para vernos el
próximo sábado en la cena de cumpleaños que dará Meike en su casa; allí le
entregaremos sus regalitos.
Así acabamos el sábado, un sábado entre alemanes.