Una casa, rodeada de montañas, junto a un río, en un soleado valle donde se
cultiva el café, el aguacate y donde se dan unas 25 distintas variedades de
rosas, desde las Sterling Silver, pasando por las rosas de té, las rojas, las
amarillas y las de color malva. Un lugar con perros, muchos y bravos perros
guardianes; con jaulas de guacamayos; con patos; con faisanes; con panales de
abejas para recoger la miel; con un molino de viento para traer agua del
subsuelo; con una piscina para el verano. Una casa con cimientos de piedra y
paredes de ladrillo encaladas en blanco, con chimenea, con un interior cálido,
elegante, campestre, con un precioso salón lleno de cuadros, una sala de estar
con piano incluído, bar de aperitivos y una cabeza de toro con inmensas astas.
Un comedor inmenso con mesa principal y mesa auxiliar para las grandes
ocasiones donde se sirven deliciosas comidas en familia. Una casa llena de
libros, de discos, de gente, de alegría, de música.
Bicicletas para las niñas guardadas en una despensa exterior, a buen
recaudo, las niñas son lo primero. En vacaciones, las niñas llevan sus libros,
hay que estudiar lo que ha quedado pendiente, preparar algún exámen, leer,
cantar, tocar al piano o a la guitarra, andar, nadar, pescar plateados pececillos
en el río con una cesta ad hoc.
Las niñas se divierten, están juntas, pasan muy buenos momentos. Los
adultos las cuidan con cariño, con esmero, casi con pasión, les dan todo lo que
tienen y más. No les pierden ojo, no salen solas, no andan solas, van de tres
en fondo a todas partes, siempre juntas, unidas, compartiendolo todo,
recogiendo recuerdos en la memoria que de mayores comentarán juntas: esto lo
hacíamos así, esto era de aquella manera, ¿cómo llamaba a esto otro la abuela?
Niñez, bellos recuerdos de Río Hondo.
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