lunes, 5 de marzo de 2012

PARIS 1979


Llegué a París en el otoño de 1979.  Iba desde Madrid con mi prima Pili en un tren nocturno en donde hicimos de todo menos dormir. En esa época, las cabinas de los trenes todavía tenían 6 literas y eran mixtas. Se podía fumar, comer, beber y sobre todo hablar. Nadie dormía.
Al llegar a la frontera francesa, entre Irún y Hendaya había que cambiar de tren, recoger todo el equipaje que, en mi caso, era un bolso de mano negro de mi madre con unas cuantas cosas esenciales para el viaje; bajar en el andén y coger el nuevo tren con destino final París – Gare d’Austerlitz. Esto se hacía porque el ancho de vía en España era distinto que al del resto de países de Europa (y creo que aún o sigue siendo).

Cuando llegamos a París por la mañana, la ciudad estaba alegre, soleada, llena de vida. Hacía algo de frío. Nos alojamos en un hotel cercano a la Place de Clichy creo que se llamaba Brochant La Tour pero ahora tiene otro nombre. Era un hotel muy grande y moderno y estaba lleno de gente.

Durante esos días pudimos subir a lo alto de la Torre Eiffel, visitar Montmartre y la basílica del Sacre Coeur, la Place du Tertre que es la plaza de los pintores en donde me hicieron un retrato oir 75 francos que todavía conservo.
Visitamos el Museo de Louvre y el de l’Orangerie con sus pinturas impresionistas realmente magníficas, ahora están en el Museo d’Orsay. Fuimos a Versalles y a los mercadillos de Aux Puces de Saint Ouen y a las tiendas del Boulevard de Rochechouart.

Me encantó París, me pareció una ciudad tan preciosa, tan llena de encanto, tan especial que sencillamente me enamoró.

Nunca había visto ciertas cosas que solo ví allí, como por ejemplo gominolas en forma de mora o de frambuesa; tampoco había visto que en las tiendas de alimentación, lo que hoy se conoce en España como delicatessen, que junto con el queso, los patés o las ensaladas ya preparadas, vendieran huevos cocidos, aún sin pelar.  Si por mí hubiera sido  habría probado de todo pero no podía ya que teníamos un presupuesto reducido. Queríamos intentar gastar lo mínimo en comer y lo máximo en visitar. Nuesto lujo consistía en sentarnos en las mesas de la calle de los cafés para tomar café creme o thé au citron.

Nuestros paseos nocturnos por el Boulevard Raspail en busca de una librería de viejo y los bocadillos comidaos en las escaleras laterales de la catedral de Notro Dame viendo a las palomas nos hacía sentir en un mundo tan diferente pero tan cercano al mismo timepo.

Cuando conocimos a dos chicas de Murcia, Presentación y María José, nos hicimos inseparables.  Dimos paseos por los grandes boulevares, por el barrio latino, hicimos excursiones juntas, íbamos de compras juntas, desayunábamos, comíamos y cenábamos juntas.

Una noche conocimos a un francés monísimo y a un marroquí muy atractivo con los que ligamos.
Yo me quedé con el francés.

También conocimos a un grupo de trabajadores franceses de provincias que estaban en París para reuniones de trabajo; en el bar del hotel, todos ya un poco piripis, aprendimos a cantar el “Alouette”.

En mi vida personal y profesional he vuelto a París innumerables veces. Ando por París de arriba abajo, conozco sus calles, sus líneas de autobús y su red de metro mejor que la de mi propia ciudad. Leo varios blog relacionados con la vida en París pero nunca nada será comparable con mi  primer viaje a mis 20 años porque el sabor de la juventud, mezclado con lo nuevo perdurará para siempre.

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