martes, 21 de febrero de 2012

La Ondina


Pequeños trozos de cristal color verde, rosa, naranja y dorado se deslizan a través del agua clara, encerrados dentro de una pompa de jabón. Sobre un lecho de algas, conchas y moluscos se sienta, a contemplar la vida. El pelo largo, rubio ceniza, ondea por efecto del agua; los ojos verde esmeralda intenso bordeados por párpados oblicuos, casi sin pestañas, miran hacia los tréboles y a los hongos que la rodean; la acarician helechos, líquenes y algas marinas, suaves, perennes.  La vida en el fondo marino de esta pequeña burbuja es el paraíso para esta ondina rubia que solo quiere ser feliz y conservar su hábitat natural sin peligros, sin miedos. En su mundo fluye el agua, crecen las algas, caen trozos de cristal cada vez que alguien se acuerda de ella y mueve la burbuja y poco más. Y ella es feliz así, contemplando el fondo marino sin temer nada y observando su entorno con profunda mirada.

Los peces no le preocupan porque en su mundo no existen; se alimenta de agua, de algas y de pequeños crustáceos.  De vez en cuando se asoma a la superficie de la burbuja, flotando sobre las aguas cálidas y vuelve a colocarse en el fondo, a seguir expectante.  Una vez alguien la vio y quiso pintarla.  En un lienzo se trazaron sus rasgos, su pelo, su perfil marino, casi inmortal, pero nada de lo que podía plasmarse en un cuadro tenía que ver con la realidad. La implacable fuerza de su rostro, la angelical fiereza de sus ojos, sus puntiagudas orejillas, sus largas y torneadas extremidades, el tono coral de sus labios, sería imposible pintarlo. 

Pues es ella, la pequeña ondina que observa atenta mi día a día, de horas de trabajo, risas, temores, esperanzas acurrucada en su cómodo lecho del fondo de la burbuja rodeada de lirios de agua.

Para Mayte que me diste la Ondina.




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