martes, 14 de febrero de 2012

A Dixie

Llegaste a mi vida un sábado de octubre a medio día. Te aferraste a mi hombro con tus pequeñas uñitas, mientras yo te cogía suavemente. Apoyaste tu cabecita en mi cuello. Temblabas. De vez en cuando mirabas la calle, los coches y la gente con ojos brillantes, azules, curiosos. Todo era nuevo y lo tenías todo por descubrir.

Al llegar a casa te dejé con Kike en el salón mientras iba a comprarte una camita de mimbre, un colchón y algo de comida. La casa aún no estaba preparada para tí. Puse algo de comida en tu platito, agua y leche y como guiada por un genético instinto, te acomodaste en mi hombro y allí pasaste tu primera tarde de sábado con nosotros. 

Tienes ya 14 años y tu vida ha sido cómoda, feliz, sin contratiempos, con viajes a la playa, al campo, visitas a tu doctora para tus vacunas y controles cada año.
Tus ojos siguen estando brillantes, curiosos, azules. Ahora ya no tiemblas. Me miras con confianza, dejas que te coja en brazos, que te bañe, que te cepille, que te alimente.

Te gusta subirte al atalaya que te has construido en lo alto de una cajonera de mimbre junto a la ventana, donde da el sol todo el día.

Sigues teniendo la primera cuna de mimbre con tu colchón y además tienes una camita rosa, blanda donde duermes la siesta.

Eres muy sana porque eres muy querida y estás muy cuidada.  Eres mi ángel y mi nube.

No hay comentarios:

Publicar un comentario