Es el último día de la primavera
de 2011. El cielo está azul y lleno de
estrellas. Son las 4 de la mañana y me levanto a beber un vaso de agua. Me
asomo a la ventana. Contemplo los brotes de las ramas del árbol frente a mi
casa con los palos copados de brotecitos verdes. Pronto estarán frondosos y espléndidos y tras
mis cristales habrá un fulgor color esmeralda. Un hombre calvo vestido de gris
pasa andando en medio de la calzada llevando lo que creí que era un paraguas en
la mano pero es una grupo de libros unidos con un cinturón de piel. He traído a
casa por la tarde cinco kilos de patatas y dos de tomates más un apio entero
desde el mercado del barrio y quiero preparar algo rico mañana. Huele a leña, a fragancia de castaño, a
flores.
Casi no hay ruido, se oyen pasos,
a lo lejos, el aletear de las moscas zumbando cercanas; el maullido de un gato
callejero que da un paseo nocturno. Se escucha todo con claridad; no hay duda:
es la noche, plena noche.