martes, 28 de febrero de 2012

EL HOMBRECILLO DEL PELO VERDE


Llega, pequeño, joven, con una bolsa de plástico en la mano, que envuelve algo.
Esboza una ligera mueca a modo de saludo sin más y se pone a calentar la comida en el microondas.  Elige una mesa vacía y se sienta.  Luego llega otro más alto, más delgado, con la mirada perdida y una sonrisa agradable.  También trae una bolsa, pero de papel en la que guarda un bocadillo de queso a medio comer.

Se sienta en la misma mesa que el anterior, no existe ni un saludo, ni una conversación que los comunique, ni un detalle que implique que ambos están en la misma oficina, en el mismo Departamento.

De pronto, Javi, el más alto, le dice a Oki, el más pequeño que está viendo un hombrecillo con el pelo verde por la ventana. Ambos se quedan mirando por la ventana para comprobarlo.  El hombrecillo los mira, les saluda, bosteza y se queda mirando como si nada pasara.  De pronto, pasa un avión y el hombrecillo del pelo verde mira hacia el cielo, y señala.
El avión sube y sube hasta perderse en el cielo, no hay ninguna dirección en el cielo.  Solo caminos imaginarios que se cruzan mil veces para dejar pasar a otros mil, diez mil aviones por esas rutas imaginarias, solo descritas en los manuales de aeronáutica. 

Oki se levanta a por un vaso de agua, y se vuelve a sentar, el hombrecillo del pelo verde vuelve a mirar hacia dentro desde la ventana sin mover un solo músculo.  Javi, inquieto, quiere avisar a alguien para que lo echen fuera del recinto: allí no puede estar ese hombre.
Pero Oki cree que no deben hacer nada, solo terminar de comer y volver a sus puestos de trabajo para terminar el día.

El hombrecillo de pelo verde no para de mirar por la ventana, tras el cristal, a ver si alguien le da alguna pista, no sabe en qué planeta está.

martes, 21 de febrero de 2012

La Ondina


Pequeños trozos de cristal color verde, rosa, naranja y dorado se deslizan a través del agua clara, encerrados dentro de una pompa de jabón. Sobre un lecho de algas, conchas y moluscos se sienta, a contemplar la vida. El pelo largo, rubio ceniza, ondea por efecto del agua; los ojos verde esmeralda intenso bordeados por párpados oblicuos, casi sin pestañas, miran hacia los tréboles y a los hongos que la rodean; la acarician helechos, líquenes y algas marinas, suaves, perennes.  La vida en el fondo marino de esta pequeña burbuja es el paraíso para esta ondina rubia que solo quiere ser feliz y conservar su hábitat natural sin peligros, sin miedos. En su mundo fluye el agua, crecen las algas, caen trozos de cristal cada vez que alguien se acuerda de ella y mueve la burbuja y poco más. Y ella es feliz así, contemplando el fondo marino sin temer nada y observando su entorno con profunda mirada.

Los peces no le preocupan porque en su mundo no existen; se alimenta de agua, de algas y de pequeños crustáceos.  De vez en cuando se asoma a la superficie de la burbuja, flotando sobre las aguas cálidas y vuelve a colocarse en el fondo, a seguir expectante.  Una vez alguien la vio y quiso pintarla.  En un lienzo se trazaron sus rasgos, su pelo, su perfil marino, casi inmortal, pero nada de lo que podía plasmarse en un cuadro tenía que ver con la realidad. La implacable fuerza de su rostro, la angelical fiereza de sus ojos, sus puntiagudas orejillas, sus largas y torneadas extremidades, el tono coral de sus labios, sería imposible pintarlo. 

Pues es ella, la pequeña ondina que observa atenta mi día a día, de horas de trabajo, risas, temores, esperanzas acurrucada en su cómodo lecho del fondo de la burbuja rodeada de lirios de agua.

Para Mayte que me diste la Ondina.




lunes, 20 de febrero de 2012

Es evidente


Es evidente



Es evidente que cuando las personas nos vamos haciendo mayores, vamos teniendo muchos más recuerdos del pasado que van llegando a nuestra memoria repentinamente, como golpes en la cabeza de fugaces hechos, imágenes en color o en blanco y negro que han ido pasando por nuestra vida y se van quedando impresas en la memoria.  De pronto, un destello, una imagen, un anuncio en el periódico o un simple pie de página en una revista, nos retrotrae al pasado inexorablemente.

Hace mucho tiempo conocí a una persona.  La vi durante aproximadamente un año y luego me marché.  No volví a saber nada de esa persona hasta que hoy me acabo de enterar que ha presentado un libro. No he leído nunca un libro suyo, ni un artículo, ni siquiera sabia que fuera escritor, pero derepente volvió a mi mente todo aquello que yo vivía en esos años y rememoré imágenes de los viejos tiempos, de los años 70.  Tengo que confesar que me hizo gracia porque no me esperaba esta noticia, esta sorpresa que no es ni buena ni mala, ni positiva ni todo lo contrario, es algo que simplemente me recordó otra época de mi vida, nada más.

En realidad a esta persona la conocía solo por la tele, oía su voz, le escuchaba y miraba su cara. No sabía mucho más  y la verdad, tampoco me interesaba demasiado. Solo era un rostro, una cara y un nombre popular y conocido, un atisbo de cierta inteligencia y de cierta personalidad, de cierto carisma, más bien tirando a la seriedad siempre con temas deliberadamente engorrosos y macarrónicos desde mi punto de vista, yo tenía 17 años.

Pero él, que creo que tenía 20 o 21, hablaba con mucha soltura sobre temas que yo desconocía por completo y que no manejaba para nada. Siempre pensé que podría ser una persona completamente aburrida, algo tímida, reflexiva y muy, muy serio. Supongo que con el paso del tiempo, se habrá convertido en un señor mayor, canoso y de aspecto venerable, vestido con impecable traje azul y corbata a rayas, que presentó hoy su libro respaldado por un famosísimo novelista y supongo que con más gente.  Quién sabe, la verdad es que eso ya poco importa.  Solo sé que los recuerdos que me ha traído a la memoria este hecho han valido la pena, es evidente.

martes, 14 de febrero de 2012

A Dixie

Llegaste a mi vida un sábado de octubre a medio día. Te aferraste a mi hombro con tus pequeñas uñitas, mientras yo te cogía suavemente. Apoyaste tu cabecita en mi cuello. Temblabas. De vez en cuando mirabas la calle, los coches y la gente con ojos brillantes, azules, curiosos. Todo era nuevo y lo tenías todo por descubrir.

Al llegar a casa te dejé con Kike en el salón mientras iba a comprarte una camita de mimbre, un colchón y algo de comida. La casa aún no estaba preparada para tí. Puse algo de comida en tu platito, agua y leche y como guiada por un genético instinto, te acomodaste en mi hombro y allí pasaste tu primera tarde de sábado con nosotros. 

Tienes ya 14 años y tu vida ha sido cómoda, feliz, sin contratiempos, con viajes a la playa, al campo, visitas a tu doctora para tus vacunas y controles cada año.
Tus ojos siguen estando brillantes, curiosos, azules. Ahora ya no tiemblas. Me miras con confianza, dejas que te coja en brazos, que te bañe, que te cepille, que te alimente.

Te gusta subirte al atalaya que te has construido en lo alto de una cajonera de mimbre junto a la ventana, donde da el sol todo el día.

Sigues teniendo la primera cuna de mimbre con tu colchón y además tienes una camita rosa, blanda donde duermes la siesta.

Eres muy sana porque eres muy querida y estás muy cuidada.  Eres mi ángel y mi nube.